En la actualidad, alrededor de 700 millones de personas son mayores de 60 años, algo así como el 10% de la población mundial; en 2030 serán 1.400 millones y en 2050 serán 2.000, lo que supondrá más del 20% de los seres humanos del planeta. Aunque, sin duda, es un dato muy esperanzador por lo que se refiere a la reducción de la mortalidad precoz y al incremento de la duración de la vida, también implica la necesidad de prestar una mayor atención a las necesidades particulares de las personas mayores y a los problemas con que se enfrentan muchas de ellas.
En no menor medida, nos debería recordar a todos la contribución esencial que la mayoría de los hombres y las mujeres de edad pueden seguir haciendo al funcionamiento de la sociedad. En este sentido, el Secretario General de la ONU considera que no dejar a nadie atrás requiere la comprensión de que las cuestiones demográficas para el desarrollo sostenible y la dinámica de la población, darán forma a las principales dificultades de desarrollo que enfrenta el mundo en el S.XXI. Si nuestra ambición es construir el futuro que queremos, debemos ocuparnos de la población mayor de 60 años.
El plan de Acción Internacional sobre Envejecimiento y la Declaración Política aprobada en la Segunda Asamblea Mundial sobre Envejecimiento en abril de 2002 marcaron un punto de inflexión en la forma en que el mundo se enfrenta al desafío clave de la construcción de una sociedad para todas las edades. El Plan de Acción de Madrid ofreció en aquel momento una agenda renovada y audaz para el manejo de la cuestión del envejecimiento en el S.XXI. Se centraba en 3 áreas prioritarias: las personas de edad y el desarrollo, la promoción de la salud y el bienestar en la vejez, y la garantía de disponer de entornos propicios y favorables. Aquel Plan de Acción de Madrid representó la primera vez que los gobiernos acordaban vincular las cuestiones relativas al envejecimiento con otros marcos para el desarrollo social y económico y los derechos humanos acordados por las Naciones Unidas.
Gastos sanitarios, medicamentos y envejecimiento.
El desarrollo de estrategias ambiciosas de prevención en salud pública, la mejora notable del conocimiento de la genética y del origen de las enfermedades y de los factores patogénicos, el desarrollo de nuevos fármacos y la profundización en los mecanismos de acción de estos a escala molecular, el refinamiento y generalización de las técnicas más avanzadas de diagnóstico mediante inmunoquímica e imagen, la búsqueda y el diseño de nuevas dianas y vectores farmacológicos, la optimización metodológica de los ensayos clínicos y su complementación con estudios de tipo naturalístico, la elaboración de consensos terapéuticos en forma de guías clínicas en continua actualización, la prestación generalizada de una atención sanitaria realmente disponible para el conjunto de la población, el control continuo de los resultados terapéuticos y de la adherencia a los tratamiento, la generalización de la farmacovigilancia y de la evaluación de la eficiencia económica de las intervenciones farmacoterapéuticas son aspectos sanitarios que, junto con otros de índole económica, social, cultural, etc, resultan determinantes para la progresiva evolución de la cantidad y calidad de la vida humana.
El gasto en sanidad se relaciona globalmente con una mejora de las condiciones de vida. Particularmente, la disponibilidad generalizada en medicamentos ha sido uno de los factores determinantes del progresivo incremento de la esperanza de vida, algo que casi nadie es capaz de cuestionar racionalmente. Sus efectos sobre la calidad y la duración de la vida han sido cuantificados por numerosos y rigurosos estudios.
No obstante, si incuestionables son sus beneficios, no menos lo es el “lado oscuro” de los medicamentos, en forma de efectos adversos, contraindicaciones, interacciones, incompatibilidades, etc., cuya negación sería tan absurda como peligrosa. Por ello, la utilidad real de los medicamentos depende en gran manera de su uso racional, que optimiza el balance entre sus beneficios y riesgo; un uso racional que solo puede ser realizado por profesionales e instituciones sanitarias competentes y comprometidas. Este es uno de los motivos por los que los medicamentos y los productos sanitarios son mucho más que simples bienes de consumo, irguiéndose como uno de los pilares fundamentales sobre los que se asientan el derecho a la salud y con él la condición auténticamente humana de la vida de las personas.
Pocas dudas caben ya de que la incorporación de medicamentos novedosos constituye un elemento determinante para la eficacia de la sanidad. En este sentido, se estima que desde el año 1986 hasta el 2000, el 40% del aumento de esperanza de vida (media de 2 años) en 52 países de todo el mundo debe atribuirse a la disponibilidad de medicamentos innovadores. Además, cada dólar de incremento en el gasto de medicamentos se asocia a una reducción de 3,65 millones de dólares en el gasto hospitalario en Estados Unidos y a una mejora de la calidad de vida de los pacientes, de manera que por cada nuevo medicamento innovador disponible se salva una media anual de 11.200 años de vida.
De esta manera, la contribución de la innovación farmacéutica al crecimiento experimentado en la longevidad en Alemania entre 2001 y 2007, ha sido estimada en que aproximadamente medio año de incremento en la esperanza de vida en ese país durante ese período, fue debido a la sustitución de antiguos medicamentos por otros nuevos más eficaces y seguros; también en Francia la innovación farmacéutica fue responsable directa de un incremento medio de la edad de muerte de 0,29 años, lo que es lo mismo a 3,43 meses entre el año 2000 y 2009.
En definitiva, los avances terapéuticos introducidos en las últimas décadas han logrado una mejora sin precedentes de la esperanza de vida en las sociedades desarrolladas. Pero ese envejecimiento tiene asimismo un coste, pues aproximadamente el 80% de los recursos sanitarios que una persona consume a lo largo de su vida se concentran a partir de los 65 años.